(Mi PETiT) HOMENAJE A NiETZSCHE
EL FiLÓSOFO PUNK
(Mi PETiT) HOMENAJE A NiETZSCHE
EL FiLÓSOFO PUNK
Visionario, liberal, crítico de la cultura occidental que le tocó vivir, tajante con un cristianismo que consideraba heredero del miedo, y reacio al positivismo de su época, el filósofo, poeta, músico y filólogo, Friedrich Nietzsche (1844-1900), que influyó como pocos en el pensamiento contemporáneo, y en especial, en la literatura y estética del siglo XX, defendió lo dionisíaco (exceso, oscuridad, impulso y vida) frente a lo apolíneo (integridad, claridad, serenidad y racionalismo) y a un nihilismo, que negaba los valores hasta entonces supremos, dando lugar -según el filósofo- a los grandes males del hombre. Nietzsche predijo la crisis de fe de la Europa de finales del siglo XIX, y la resumió en una sola frase tan radical como polémica, “Dios ha muerto”, con la que culpó a la propia sociedad, con su moral esclava, de sumisión y conformismo, de un asesinato que dejó un vacío donde antes había certezas. Con la Iglesia fuera de juego, el filósofo vio como única salvación, los nuevos valores de lo que bautizó Übermensch (Superhombre o Ultrahombre), que ocuparía el lugar de Dios. (Petit) homenaje, en el 115º aniversario de su muerte, hoy, Martes 25 de agosto de 2015, a un pensador que, junto a Einstein, Marx y Freud, sentó las bases morales y espirituales del nuevo siglo.
Friedrich Wilhelm Nietzsche nació el 15 de octubre de 1844, en un pequeño pueblo alemán, llamado Röcken, y según cuentan, durante el bautismo de su recién nacido, su padre, un pastor luterano, estableció sin querer la eterna dicotomía que perseguiría al futuro filósofo al preguntar: “¿Qué creen que será de este niño? ¿El Bien o el Mal?”. La intachable conducta y la profunda fe de aquel padre fueron determinantes en el pequeño Nietzsche, pero cuando en 1847 le fue diagnosticado una enfermedad cerebral, que le provocó un gran sufrimiento durante 2 eternos años, aquel niño empezó a dudar sobre la religión que tanto adoraba su progenitor y que, sin embargo, parecía haberle abandonado. Con su muerte en 1849, y 1 año después, con la de su hermano menor, Nietzsche, de apenas 5 años, quedó profundamente tocado, y cuando se trasladó con su familia a la casa de la abuela materna en Naumburgo, se sumió en la soledad como la única manera de encontrar la calma.
Fue en aquella ciudad donde el joven Nietzsche comenzó a estudiar. Tras demostrar su talento en música y lenguaje, ingresó en el prestigioso colegio Schulpforta, donde se graduó en 1864. Al acabar la escuela, se fue a cursar Teología en la Universidad de Bonn con la idea de ser pastor, como su padre, pero una crisis de fe, el domingo de Resurrección de 1865, le hizo negarse a comulgar y abandonar aquella vocación por procuración para empezar filología clásica de la mano del profesor Friedrich Ritschl. Su mentor fue tan importante que el joven estudiante le siguió a la Universidad de Leipzig, pero cuando descubrió las obras filosóficas de Schopenhauer y Albert Lange, aparcó la filología, y se centró en esa nueva materia. Por fin liberado de las trabas del cristianismo, Nietzsche encontró en la doctrina de Schopenhauer una vía para dar sentido a un universo sin dios, ya que según el filósofo, el arte, y en especial la música, permitían escapar, al menos por momentos, del sufrimiento terrenal, lo que llevó naturalmente a Nietzsche a la obra del compositor Richard Wagner, al que conoció ese mismo año, y al que convirtió de inmediato en una especie de padre adoptivo al que admiraba y veneraba.
Wagner y su mujer Cósima le abrieron su mundo y círculo de amistades, y como muestra de agradecimiento, en 1870, Nietzsche les regaló el manuscrito de su primera obra, inspirada en gran parte en el compositor, titulada El origen de la tragedia, que publicaría oficialmente en 1872. En aquellas páginas, el filósofo alemán sostenía que la música de Wagner representaba un ideal cristiano, simbolizado por el dios griego Dionisio, una cultura salvaje de excesos, insensible al dolor, en unas declaraciones que causaron gran revuelo, y obtuvieron duras críticas, incluso de su querido profesor Ritschl, que apenas 1 año antes, impresionado por la lucidez de su discípulo, había mediado para que se convirtiera, sin haberse licenciado aún, en profesor de filología clásica en la Universidad Suiza de Basilea, convirtiéndose así Nietzsche, en el más joven maestro del lugar.
En aquella misma época, tras servir como ayudante médico en la guerra franco-prusiana, Nietzsche contrajo la difteria y la disentería, y cuentan que estas enfermedades, sumadas a la sífilis que, al parecer, arrastraba desde que frecuentara un burdel en su época de estudiante, le convirtieron en un joven de apenas 30 años, medio inválido y postrado gran parte del día en la cama, preguntándose más que nunca sobre el sentido del sufrimiento de la existencia, lo que influyó mucho en sus escritos y posteriores obras.
En cuanto a su relación su relación con Wagner, fue deteriorándose poco a poco por el ferviente nacionalismo y antisemitismo del compositor, y en especial, por su tendencia a usar la religión como excusa argumental para sus libretos. En 1876, con la inauguración del Gran Teatro de Ópera, que Wagner ideó para su Festival de Bayreuth, Nietzsche abandonó la sala en mitad de la representación de “El anillo del Nibelungo” al sentir un tremendo rechazo filosófico y físico, por lo que allí estaba pasando. Fue un acto imperdonable para el músico, aunque aún pasarían años para la ruptura definitiva, que llegó con el estreno, en 1882, de “Parsifal”, una ópera pensada como un auténtico auto litúrgico que fue el colmo para Nietzsche.
Abandonadas las doctrinas de Wagner y Schopenhauer y en una de sus peores épocas de salud, Nietzsche, curiosamente, dejó de lado el pesimismo de sus inicios, y trabajó más que nunca en su obra y en hacerse a sí mismo. Su libro Humano, demasiado humano (1878) constituyó la primera declaración de individualidad del filósofo que, libre de antiguas tradiciones y sin importarle el qué dirán, se refugió en la soledad de las montañas, el único lugar en el que mejoraba su enfermedad, y se convirtió en un ermitaño, que vivía a caballo entre la ribera francesa e italiana y su casa de verano de Sils-Maria en Suiza, gracias a una pequeña pensión y a la ayuda de sus pocos amigos, ya que tuvo que abandonar su trabajo como profesor por su pésimo estado físico.
En 1882, en uno de sus muchos viajes, conoció a la estudiante rusa y futura escritora, Lou Andreas-Salomé, una jovencita de apenas 20 años, que le dejó impresionado. Junto a su amigo, el también filósofo Paul Rée, se convirtieron en una especie de ménage-à-trois inseparable. Fue ella la que le habló de Freud, y también la que rechazó su petición de mano, llevándole a una furia y a un asilamiento del que nació Así habló Zaratustra (1883-1885). Escribió el primer volumen en apenas 10 días, en una especie de exorcismo para expulsar todos sus tormentos a través de un personaje ficticio, creado a su imagen y semejanza. En el momento de su publicación, fue un libro apenas leído -como de hecho el resto de sus trabajos, ya que su estilo, cada vez más prepotente y radical, lo hacía difícil de digerir, más aún con su teoría del Superhombre como único medio para salvar a la Humanidad.
En enero de 1889, con tan solo 44 años, Nietzsche sufrió un ataque en una calle de Turín al ver resbalar a un caballo y correr a abrazarlo como si se le hubiera ido la vida en ello. Aquel acto confirmó las sospechas de sus escasos amigos que habían visto ya en él un deterioro físico y mental evidente. Entre sus cartas incoherentes, firmadas como Dionisio o “el crucificado”, y sus locuras transitorias, Nietzsche pasó la última década de su vida, de una clínica mental a otra, hasta que en 1890 su madre, desesperada, se lo llevó de vuelta a Naumburgo. Nunca se supo a ciencia cierta el origen de su mal, si su demencia fue consecuencia de la sífilis, de un posible cáncer cerebral o simplemente de una psicopatía, lo cierto es que durante el tiempo en que Nietzsche estuvo ingresado, su mejor amigo Franz Overbeck, y su discípulo Peter Gast, se encargaron de gestionar su trabajo no publicado. Gracias a ellos, vieron la luz Nietzsche contra Wagner (1895) en una edición privada, y la cuarta parte de su obra Así habló Zaratustra” (1900), que sólo llegó a sus amigos más cercanos. También se atrevieron, no sin reparos, a publicar 2 de sus libros más polémicos, El Anticristo (1895) y Ecce Homo (1908), una de las más brutales y desgarradoras autobiografías de la literatura moderna, ambas escritas en 1888, pero que tardaron en editarse por su controvertido contenido.
Con la muerte de su madre en 1897, el filósofo se trasladó a Weimar bajo los cuidados de su hermana Elisabeth, con la que siempre había mantenido una relación de amor-odio. Fue ella la que organizó “visitas guiadas” al filósofo como si se tratara de un animal expuesto en un zoo, y también la que apartó a Overbeck y Gast de la gestión de la obra de su hermano para hacerse con el control poco antes de su muerte, por una apoplejía, el 25 de agosto de 1900. Durante las siguientes 3 décadas, Elisabeth se dedicó a malinterpretar la obra del difunto filósofo, acercando sus pensamientos al ideario del movimiento nazi, que no dudó en hacer uso de ellos, en especial de su “Ultrahombre”, alejándose así del propósito de Nietzsche que siempre había afirmado su odio ante cualquier tipo de patriotismo.
Como bien dijo el gran filósofo alemán: “Sé que un día mi nombre será asociado con el recuerdo de algo tremendo. Una crisis sin igual en la tierra. Una profunda conmoción de la conciencia, evocada contra todo cuanto había creído, exigido y santificado hasta ahora. Donde los demás ven ideales, yo sólo veo lo que es humano, demasiado humano”.
(De Lidia Martín, el 25 de agosto de 2015)
Referencias útiles:
Para seguir los pasos póstumos de FRiEDRiCH NiETZSCHE, conéctate en inglés a su Facebook y su Twitter.
[Volver a Mi Petit Biblioteca, Callejero o Blogosfera]
Visionario, liberal, crítico de la cultura occidental que le tocó vivir, tajante con un cristianismo que consideraba heredero del miedo, y reacio al positivismo de su época, el filósofo, poeta, músico y filólogo, Friedrich Nietzsche (1844-1900), que influyó como pocos en el pensamiento contemporáneo, y en especial, en la literatura y estética del siglo XX, defendió lo dionisíaco (exceso, oscuridad, impulso y vida) frente a lo apolíneo (integridad, claridad, serenidad y racionalismo) y a un nihilismo, que negaba los valores hasta entonces supremos, dando lugar -según el filósofo- a los grandes males del hombre. Nietzsche predijo la crisis de fe de la Europa de finales del siglo XIX, y la resumió en una sola frase tan radical como polémica, “Dios ha muerto”, con la que culpó a la propia sociedad, con su moral esclava, de sumisión y conformismo, de un asesinato que dejó un vacío donde antes había certezas. Con la Iglesia fuera de juego, el filósofo vio como única salvación, los nuevos valores de lo que bautizó Übermensch (Superhombre o Ultrahombre), que ocuparía el lugar de Dios. (Petit) homenaje, en el 115º aniversario de su muerte, hoy, Martes 25 de agosto de 2015, a un pensador que, junto a Einstein, Marx y Freud, sentó las bases morales y espirituales del nuevo siglo.
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Fue en aquella ciudad donde el joven Nietzsche comenzó a estudiar. Tras demostrar su talento en música y lenguaje, ingresó en el prestigioso colegio Schulpforta, donde se graduó en 1864. Al acabar la escuela, se fue a cursar Teología en la Universidad de Bonn con la idea de ser pastor, como su padre, pero una crisis de fe, el domingo de Resurrección de 1865, le hizo negarse a comulgar y abandonar aquella vocación por procuración para empezar filología clásica de la mano del profesor Friedrich Ritschl. Su mentor fue tan importante que el joven estudiante le siguió a la Universidad de Leipzig, pero cuando descubrió las obras filosóficas de Schopenhauer y Albert Lange, aparcó la filología, y se centró en esa nueva materia. Por fin liberado de las trabas del cristianismo, Nietzsche encontró en la doctrina de Schopenhauer una vía para dar sentido a un universo sin dios, ya que según el filósofo, el arte, y en especial la música, permitían escapar, al menos por momentos, del sufrimiento terrenal, lo que llevó naturalmente a Nietzsche a la obra del compositor Richard Wagner, al que conoció ese mismo año, y al que convirtió de inmediato en una especie de padre adoptivo al que admiraba y veneraba.
Wagner y su mujer Cósima le abrieron su mundo y círculo de amistades, y como muestra de agradecimiento, en 1870, Nietzsche les regaló el manuscrito de su primera obra, inspirada en gran parte en el compositor, titulada El origen de la tragedia, que publicaría oficialmente en 1872. En aquellas páginas, el filósofo alemán sostenía que la música de Wagner representaba un ideal cristiano, simbolizado por el dios griego Dionisio, una cultura salvaje de excesos, insensible al dolor, en unas declaraciones que causaron gran revuelo, y obtuvieron duras críticas, incluso de su querido profesor Ritschl, que apenas 1 año antes, impresionado por la lucidez de su discípulo, había mediado para que se convirtiera, sin haberse licenciado aún, en profesor de filología clásica en la Universidad Suiza de Basilea, convirtiéndose así Nietzsche, en el más joven maestro del lugar.
En aquella misma época, tras servir como ayudante médico en la guerra franco-prusiana, Nietzsche contrajo la difteria y la disentería, y cuentan que estas enfermedades, sumadas a la sífilis que, al parecer, arrastraba desde que frecuentara un burdel en su época de estudiante, le convirtieron en un joven de apenas 30 años, medio inválido y postrado gran parte del día en la cama, preguntándose más que nunca sobre el sentido del sufrimiento de la existencia, lo que influyó mucho en sus escritos y posteriores obras.
En cuanto a su relación su relación con Wagner, fue deteriorándose poco a poco por el ferviente nacionalismo y antisemitismo del compositor, y en especial, por su tendencia a usar la religión como excusa argumental para sus libretos. En 1876, con la inauguración del Gran Teatro de Ópera, que Wagner ideó para su Festival de Bayreuth, Nietzsche abandonó la sala en mitad de la representación de “El anillo del Nibelungo” al sentir un tremendo rechazo filosófico y físico, por lo que allí estaba pasando. Fue un acto imperdonable para el músico, aunque aún pasarían años para la ruptura definitiva, que llegó con el estreno, en 1882, de “Parsifal”, una ópera pensada como un auténtico auto litúrgico que fue el colmo para Nietzsche.
Abandonadas las doctrinas de Wagner y Schopenhauer y en una de sus peores épocas de salud, Nietzsche, curiosamente, dejó de lado el pesimismo de sus inicios, y trabajó más que nunca en su obra y en hacerse a sí mismo. Su libro Humano, demasiado humano (1878) constituyó la primera declaración de individualidad del filósofo que, libre de antiguas tradiciones y sin importarle el qué dirán, se refugió en la soledad de las montañas, el único lugar en el que mejoraba su enfermedad, y se convirtió en un ermitaño, que vivía a caballo entre la ribera francesa e italiana y su casa de verano de Sils-Maria en Suiza, gracias a una pequeña pensión y a la ayuda de sus pocos amigos, ya que tuvo que abandonar su trabajo como profesor por su pésimo estado físico.
En 1882, en uno de sus muchos viajes, conoció a la estudiante rusa y futura escritora, Lou Andreas-Salomé, una jovencita de apenas 20 años, que le dejó impresionado. Junto a su amigo, el también filósofo Paul Rée, se convirtieron en una especie de ménage-à-trois inseparable. Fue ella la que le habló de Freud, y también la que rechazó su petición de mano, llevándole a una furia y a un asilamiento del que nació Así habló Zaratustra (1883-1885). Escribió el primer volumen en apenas 10 días, en una especie de exorcismo para expulsar todos sus tormentos a través de un personaje ficticio, creado a su imagen y semejanza. En el momento de su publicación, fue un libro apenas leído -como de hecho el resto de sus trabajos, ya que su estilo, cada vez más prepotente y radical, lo hacía difícil de digerir, más aún con su teoría del Superhombre como único medio para salvar a la Humanidad.
En enero de 1889, con tan solo 44 años, Nietzsche sufrió un ataque en una calle de Turín al ver resbalar a un caballo y correr a abrazarlo como si se le hubiera ido la vida en ello. Aquel acto confirmó las sospechas de sus escasos amigos que habían visto ya en él un deterioro físico y mental evidente. Entre sus cartas incoherentes, firmadas como Dionisio o “el crucificado”, y sus locuras transitorias, Nietzsche pasó la última década de su vida, de una clínica mental a otra, hasta que en 1890 su madre, desesperada, se lo llevó de vuelta a Naumburgo. Nunca se supo a ciencia cierta el origen de su mal, si su demencia fue consecuencia de la sífilis, de un posible cáncer cerebral o simplemente de una psicopatía, lo cierto es que durante el tiempo en que Nietzsche estuvo ingresado, su mejor amigo Franz Overbeck, y su discípulo Peter Gast, se encargaron de gestionar su trabajo no publicado. Gracias a ellos, vieron la luz Nietzsche contra Wagner (1895) en una edición privada, y la cuarta parte de su obra Así habló Zaratustra” (1900), que sólo llegó a sus amigos más cercanos. También se atrevieron, no sin reparos, a publicar 2 de sus libros más polémicos, El Anticristo (1895) y Ecce Homo (1908), una de las más brutales y desgarradoras autobiografías de la literatura moderna, ambas escritas en 1888, pero que tardaron en editarse por su controvertido contenido.
Con la muerte de su madre en 1897, el filósofo se trasladó a Weimar bajo los cuidados de su hermana Elisabeth, con la que siempre había mantenido una relación de amor-odio. Fue ella la que organizó “visitas guiadas” al filósofo como si se tratara de un animal expuesto en un zoo, y también la que apartó a Overbeck y Gast de la gestión de la obra de su hermano para hacerse con el control poco antes de su muerte, por una apoplejía, el 25 de agosto de 1900. Durante las siguientes 3 décadas, Elisabeth se dedicó a malinterpretar la obra del difunto filósofo, acercando sus pensamientos al ideario del movimiento nazi, que no dudó en hacer uso de ellos, en especial de su “Ultrahombre”, alejándose así del propósito de Nietzsche que siempre había afirmado su odio ante cualquier tipo de patriotismo.
Como bien dijo el gran filósofo alemán: “Sé que un día mi nombre será asociado con el recuerdo de algo tremendo. Una crisis sin igual en la tierra. Una profunda conmoción de la conciencia, evocada contra todo cuanto había creído, exigido y santificado hasta ahora. Donde los demás ven ideales, yo sólo veo lo que es humano, demasiado humano”.
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