(Mi PETiT) HOMENAJE A AMY WiNEHOUSE
(Mi PETiT) HOMENAJE A AMY WiNEHOUSE
Al principio, a todos nos costó creer que aquella enorme voz saliera de una tierna jovencita británica, blanca y judía, que apenas levantaba 1 metro y medio del suelo. Con su llegada, Amy Winehouse revolucionó una industria musical británica lineal y aburrida, recuperando el jazz, el rhythm and blues y el soul; arransando en los escenarios con una actitud de diva entre tímida y despreocupada; marcando tendencia con un estilo de gruesa raya en el ojo, tatuajes, enormes pendientes, y sobre todo, un gran moño al estilo colmena, que crecía proporcionalmente a su inseguridad; y dando mucho que hablar con su personalidad adictiva y autodestructiva. Solo pudo publicar 2 discos, pero ambos estaban plagados de canciones, que hablaban a tumba abierta de su vida cotidiana, enganches, dudas y desengaños. Y aunque hubo un tiempo en que sonaron más sus problemas con el alcohol y las drogas que su música, al cumplirse hoy, Jueves 23 de julio de 2015, 4 años de su muerte, es indudable que su talento siempre brilló por encima de su soledad.
Amy nació el 14 de septiembre de 1983 en una familia de clase media del norte de Londres. Su padre, taxista de toda la vida, y su madre, farmacéutica, criaron a una niña extrovertida y obstinada, que comenzó a cantar imitando a su progenitor. Mitchell Winehouse adoraba el jazz y a los grandes vocalistas, y pasaba el día tarareando a Sinatra, Tony Bennett, Sarah Vaughan o Ella Fitzgerald. El padre arrancaba, y la pequeña, que soñaba con ser camarera con patines, le seguía. Mitch fue su mayor influencia musical, y cuando en 1993 los padres se divorciaron, Amy descubrió el poder terapéutico de la música: “Cuando estás triste o alegre, necesitas cantar para expresarlo”, dijo, y así hizo.
Primero, con 10 años, montó un grupo de hip hop para olvidar los problemas; luego, con 12, entró en la Escuela de teatro de Sylvia Young -la más prestigiosa de Inglaterra por la que habían pasado, entre otros artistas, las Spice Girls-, pero a pesar de su don y del evidente potencial, su mal comportamiento la puso de patitas en la calle. Su siguiente paso fue la National Youth Jazz Band donde se estrenó como solista, y grabó sus primeras maquetas que, gracias a un compañero, llegaron a oídos de algunos grandes de la industria discográfica, y en apenas una semana, la joven de 17 años había firmado un contrato con una agencia de representación. Sin embargo, aún pasaron 2 años incómodos en los que Amy no acababa de encontrar al productor que apostara por el jazz, que ella tanto adoraba, hasta que con 19 años, la discográfica Island Records la escuchó cantar acompañada de una guitarra, y empezó el idilio.
Su primer disco “Frank” (2003) reunió un buen puñado de canciones. escritas por una chica, aún maleable y primeriza, que cantaba su manera de ver el mundo, y que a pesar de la rápida y exitosa respuesta, seguía insatisfecha. Fue entonces cuando llegó Blake Fielder-Civil, su pareja, y con el tiempo marido, y con él, las extravagancias, escándalos, rumores y peleas, pero también gestos de amor, que llenaron más portadas sensacionalistas que publicaciones musicales. Lo conoció en 2005 en un bar londinense, y dicen que fue él quien la introdujo en las drogas duras. Amy bebía, fumaba, y ahora, probaba sustancias como el crack o la heroína de manos de un joven enganchado que hoy, varios años, documentales y acusaciones después, sigue insistiendo en que simplemente eran dos jóvenes peligrosos y muy perdidos en una relación autodestructiva, que duró solo 6 meses, y de cuya ruptura Amy salió tocada física y mentalmente.
Su aspecto cada vez más desmejorado, visiblemente delgada y demacrada, empezó a preocupar seriamente a sus allegados, que intentaron ingresarla en un centro de rehabilitación. “Rehab” (“Back to black”, 2006) refleja exactamente aquel día. Amy estaba cansada de escuchar las quejas de todo el mundo, accedió solo para hacerles callar, y lo cantó: “No tengo tiempo y mi papá cree que estoy bien”… Estuvo apenas 10 minutos en el centro, lo que tardaron en decirle que lo suyo era depresión por su reciente ruptura y que no necesitaba rehabilitación. Así nació el single que la lanzó al éxito internacional, como una artista honesta, auténtica, real, una nueva estrella, que en su segundo álbum contaba al mundo la mala racha que había pasado.
Reconocida y aclamada en su país, llegó el momento de cruzar el charco y probar suerte en Estados Unidos. Aterrizó en enero de 2007, con tan solo 23 años, y llenó todos y cada uno de los locales en los que actuó, sorprendiendo a un público exigente y acostumbrado a casi todo, y vendiendo, mucho. La recompensa llegó en forma de Grammy, 5 para ser exactos, que incluían Canción del año, Grabación del año y Mejor artista nuevo, convirtiéndola en la primera mujer en ganar 5 de estos galardones en una sola noche. Para el evento, Amy volvió a intentar desengancharse, pero a pesar de los esfuerzos, un antiguo problema con las drogas le impidió entrar en Estados Unidos, y para cuando llegó el indulto y el visado, ya era tarde. Arrasó, pero vía satélite, con una de las mejores actuaciones, a pesar de la distancia, de la historia de estos premios.
Sin embargo, a medida que su éxito aumentaba también lo hacían sus apariciones públicas ebria, incluso sobre el escenario, y entonces, en plena alerta, anunció, para sorpresa de todos, su compromiso con su ex Blake. Se casaron en Miami, y con la boda, regresaron las portadas, los escándalos, y en agosto de 2007, una sobredosis, que llevó a la cantante al hospital por abuso de heroína, cocaína y ketamina. Esta vez, fueron las familias de ambos los que presionaron para que la pareja ingresara en una clínica de desintoxicación, pero incluso allí siguieron consumiendo. En los conciertos, olvidaba las letras, bebía sin pudor, cancelaba espectáculos, y en su vida “privada” se la pudo ver llena de arañazos y moratones, junto a su maridito- también hasta arriba de señales de guerra-, o corriendo semi desnuda a altas horas de la madrugada, por las calles de Londres, hasta que Fielder-Civil fue encarcelado por obstrucción a la justicia, y con su ingreso, llegó para muchos, la posible salvación.
Pero no fue así. Amy siguió bebiendo y cantando. En 2009, se separó de Blake, y continuó cantando y bebiendo, y el 23 de julio de 2011, la policía de Londres la encontró muerta en su casa de Candem. Junto a ella, 3 botellas de vodka vacías. La autopsia confirmó que la compositora había muerto de un coma etílico. Tenía 27 años, una edad maldita que la llevó de inmediato a formar parte, desgraciadamente, del Club de los 27, en honor a otros grandes genios de la música, que también fallecieron a esa edad, como Jimmy Hendrix, Kurt Cobain, Janis Joplin, Brian Jones o Jim Morrison.
Después de su muerte, la polémica se ha mantenido con varios documentales que repasan su vida, el más reciente “Amy, la chica detrás del nombre” (2015), dirigido por Asif kapadia -que ya contó la historia del también desaparecido piloto de Fórmula 1, Ayrton Senna-, y que pone en el punto de mira a un padre ausente y permisivo, que después de verlo, ha anunciado indignado que hará su propio documental. Por el momento, dirige junto a su mujer la Fundación Amy Winehouse para ayudar a otros jóvenes, adictos al alcohol o a las drogas. Al parecer, a ella destinaron todo el dinero que dejó la cantante, todas las posteriores ganancias de las ventas de sus trabajos, que tras su muerte, subieron como la espuma, pero también de un álbum póstumo “Lioness: Hidden Treasures” (2011), que recompuso como pudo algunos retazos de la cantante. Parece que será el último, porque su discográfica anunció que, por respeto, había destruido todo el material inédito de la artista, aquella chica bajita, que vivió y cantó de la única manera que supo, en exceso.
(De Lidia Martín, el 23 de julio de 2015)
Referencias útiles:
Para seguir los pasos pótumos de AMY WiNEHOUSE, conéctate a su web, su Facebook y su Twitter.
[Volver a Mi Petit Discoteca, Callejero o Blogosfera]
Al principio, a todos nos costó creer que aquella enorme voz saliera de una tierna jovencita británica, blanca y judía, que apenas levantaba 1 metro y medio del suelo. Con su llegada, Amy Winehouse revolucionó una industria musical británica lineal y aburrida, recuperando el jazz, el rhythm and blues y el soul; arransando en los escenarios con una actitud de diva entre tímida y despreocupada; marcando tendencia con un estilo de gruesa raya en el ojo, tatuajes, enormes pendientes, y sobre todo, un gran moño al estilo colmena, que crecía proporcionalmente a su inseguridad; y dando mucho que hablar con su personalidad adictiva y autodestructiva. Solo pudo publicar 2 discos, pero ambos estaban plagados de canciones, que hablaban a tumba abierta de su vida cotidiana, enganches, dudas y desengaños. Y aunque hubo un tiempo en que sonaron más sus problemas con el alcohol y las drogas que su música, al cumplirse hoy, Jueves 23 de julio de 2015, 4 años de su muerte, es indudable que su talento siempre brilló por encima de su soledad.
Amy nació el 14 de septiembre de 1983 en una familia de clase media del norte de Londres. Su padre, taxista de toda la vida, y su madre, farmacéutica, criaron a una niña extrovertida y obstinada, que comenzó a cantar imitando a su progenitor. Mitchell Winehouse adoraba el jazz y a los grandes vocalistas, y pasaba el día tarareando a Sinatra, Tony Bennett, Sarah Vaughan o Ella Fitzgerald. El padre arrancaba, y la pequeña, que soñaba con ser camarera con patines, le seguía. Mitch fue su mayor influencia musical, y cuando en 1993 los padres se divorciaron, Amy descubrió el poder terapéutico de la música: “Cuando estás triste o alegre, necesitas cantar para expresarlo”, dijo, y así hizo.
Primero, con 10 años, montó un grupo de hip hop para olvidar los problemas; luego, con 12, entró en la Escuela de teatro de Sylvia Young -la más prestigiosa de Inglaterra por la que habían pasado, entre otros artistas, las Spice Girls-, pero a pesar de su don y del evidente potencial, su mal comportamiento la puso de patitas en la calle. Su siguiente paso fue la National Youth Jazz Band donde se estrenó como solista, y grabó sus primeras maquetas que, gracias a un compañero, llegaron a oídos de algunos grandes de la industria discográfica, y en apenas una semana, la joven de 17 años había firmado un contrato con una agencia de representación. Sin embargo, aún pasaron 2 años incómodos en los que Amy no acababa de encontrar al productor que apostara por el jazz, que ella tanto adoraba, hasta que con 19 años, la discográfica Island Records la escuchó cantar acompañada de una guitarra, y empezó el idilio.
Su primer disco “Frank” (2003) reunió un buen puñado de canciones. escritas por una chica, aún maleable y primeriza, que cantaba su manera de ver el mundo, y que a pesar de la rápida y exitosa respuesta, seguía insatisfecha. Fue entonces cuando llegó Blake Fielder-Civil, su pareja, y con el tiempo marido, y con él, las extravagancias, escándalos, rumores y peleas, pero también gestos de amor, que llenaron más portadas sensacionalistas que publicaciones musicales. Lo conoció en 2005 en un bar londinense, y dicen que fue él quien la introdujo en las drogas duras. Amy bebía, fumaba, y ahora, probaba sustancias como el crack o la heroína de manos de un joven enganchado que hoy, varios años, documentales y acusaciones después, sigue insistiendo en que simplemente eran dos jóvenes peligrosos y muy perdidos en una relación autodestructiva, que duró solo 6 meses, y de cuya ruptura Amy salió tocada física y mentalmente.
Su aspecto cada vez más desmejorado, visiblemente delgada y demacrada, empezó a preocupar seriamente a sus allegados, que intentaron ingresarla en un centro de rehabilitación. “Rehab” (“Back to black”, 2006) refleja exactamente aquel día. Amy estaba cansada de escuchar las quejas de todo el mundo, accedió solo para hacerles callar, y lo cantó: “No tengo tiempo y mi papá cree que estoy bien”… Estuvo apenas 10 minutos en el centro, lo que tardaron en decirle que lo suyo era depresión por su reciente ruptura y que no necesitaba rehabilitación. Así nació el single que la lanzó al éxito internacional, como una artista honesta, auténtica, real, una nueva estrella, que en su segundo álbum contaba al mundo la mala racha que había pasado.
Reconocida y aclamada en su país, llegó el momento de cruzar el charco y probar suerte en Estados Unidos. Aterrizó en enero de 2007, con tan solo 23 años, y llenó todos y cada uno de los locales en los que actuó, sorprendiendo a un público exigente y acostumbrado a casi todo, y vendiendo, mucho. La recompensa llegó en forma de Grammy, 5 para ser exactos, que incluían Canción del año, Grabación del año y Mejor artista nuevo, convirtiéndola en la primera mujer en ganar 5 de estos galardones en una sola noche. Para el evento, Amy volvió a intentar desengancharse, pero a pesar de los esfuerzos, un antiguo problema con las drogas le impidió entrar en Estados Unidos, y para cuando llegó el indulto y el visado, ya era tarde. Arrasó, pero vía satélite, con una de las mejores actuaciones, a pesar de la distancia, de la historia de estos premios.
Sin embargo, a medida que su éxito aumentaba también lo hacían sus apariciones públicas ebria, incluso sobre el escenario, y entonces, en plena alerta, anunció, para sorpresa de todos, su compromiso con su ex Blake. Se casaron en Miami, y con la boda, regresaron las portadas, los escándalos, y en agosto de 2007, una sobredosis, que llevó a la cantante al hospital por abuso de heroína, cocaína y ketamina. Esta vez, fueron las familias de ambos los que presionaron para que la pareja ingresara en una clínica de desintoxicación, pero incluso allí siguieron consumiendo. En los conciertos, olvidaba las letras, bebía sin pudor, cancelaba espectáculos, y en su vida “privada” se la pudo ver llena de arañazos y moratones, junto a su maridito- también hasta arriba de señales de guerra-, o corriendo semi desnuda a altas horas de la madrugada, por las calles de Londres, hasta que Fielder-Civil fue encarcelado por obstrucción a la justicia, y con su ingreso, llegó para muchos, la posible salvación.
Pero no fue así. Amy siguió bebiendo y cantando. En 2009, se separó de Blake, y continuó cantando y bebiendo, y el 23 de julio de 2011, la policía de Londres la encontró muerta en su casa de Candem. Junto a ella, 3 botellas de vodka vacías. La autopsia confirmó que la compositora había muerto de un coma etílico. Tenía 27 años, una edad maldita que la llevó de inmediato a formar parte, desgraciadamente, del Club de los 27, en honor a otros grandes genios de la música, que también fallecieron a esa edad, como Jimmy Hendrix, Kurt Cobain, Janis Joplin, Brian Jones o Jim Morrison.
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