Hace exactamente 1715 años, hoy, Jorge de Capadocia, un hipotético soldado romano, pero venerado como un verdadero mártir cristiano, moría decapitado entre las manos de los soldados del emperador romano Diocleciano, el 23 de abril de 303. Si no existen muchos datos históricos sobre la vida del que sería canonizado en 494, la iglesia católica consiguió rellenar los huecos biográficos, dejados vacíos por los cronistas de la época (seguramente, para conservar la cabeza en su sitio), con generosos milagros que convirtieron a San Jorge en el santo patrón de numerosas ordenes de caballería así como de diversas naciones, regiones y ciudades. Crónica sentimental de una Leyenda Dorada... y libresca.

   Como el ave Fénix, San Jorge renació de sus cenizas a partir del siglo XI, en Occidente, gracias a las Cruzadas, impulsadas por Roma, para liberar la Tierra Santadel invasor turco. Según cuenta la leyenda, un dragón, muy feroz, se instaló a sus anchas en el manantial de la ciudad de Silene, en Libia. No contento con dejar a sus habitantes sin agua, empezó también a llevarse, a diestro y siniestro, a los más jóvenes y a las mujeres para comérselos a gusto. Al ver que pronto su pueblo se quedaría sin habitantes ni descendientes, el Rey de Silene acordó con el animal alado darle, cada día, a uno de sus conciudadanos en sacrificio, elegido por sorteo. Cuando le tocó el turno (o la mala suerte) a Cleolinda, la princesa del reino, el caballero San Jorge salió de la nada, cabalgando sobre su caballo blanco, para salvarla de las garras afiladas del terrible monstruo, y por ende, liberar al pueblo entero de su yugo (convirtiéndoles al cristianismos, dicho sea de paso). Después de asestar su gran lanza en el pecho del dragón enfurecido, de la sangre derramada brotó un hermoso rosal de rosas rojas, que el valiente caballero cortés regaló a la bella dama sana y salva.

   En el contexto de reconquista espiritual en el que se encontraba sumida la Europa medieval, la leyenda de San Jorge y el Dragón no tardó en simbolizar la lucha del Bien contra el Mal, es decir, la victoria de la iglesia católica sobre el paganismo en decadencia. Y, a partir de mediados del siglo XIII, todos los cristianos, del norte al sur, del oeste al este de Europa Occidental, conocían la leyenda de San Jorge gracias al “best seller” del arzobispo de Génova, Jacobo de la Vorágine, que incluyó las hazañas de nuestro héroe, ya no mártir, en su famosa compilación de relatos hagiográficos en latín, titulada Leyenda Dorada (o áurea), uno de los manuscritos más copiados (legalmente) durante la Baja Edad Media. Poco a poco, San Jorge pasó a ser patrón de diferentes países, como Inglaterra, por ejemplo, y reinos, como el de Aragón, su cruz roja a adornar las banderas de ciudades como Barcelona, y su rosa a regalarse a la dama de su corazón.

   Lo que nadie podía imaginarse es que la fecha del 23 de abril se convertiría también, por casualidades de la vida (o ¿estaba escrito?), en una referencia, en la Historia de la literatura universal: Miguel de Cervantes fue enterrado el mismo día que murió William Shakespeare, un 23 de abril de 1616, según el calendario juliano. Entonces, cuando, siglos después, Vicente Clavel, editor valenciano y director de la Editorial Cervantes en Barcelona, se propuso crear un “Día del Libro”, tenía muy claro que la fecha de su celebración tendría que ver con su autor favorito. Si la fecha de nacimiento suele ser la elegida en estos casos, la incertidumbre acerca de la de Cervantes (ya que solo se conoce la de su bautizado, el 9 de octubre de 1547), y la coincidencia de su muerte con la de su homólogo y coetáneo inglés, hicieron que Alfonso XIII, de acuerdo con el Directorio de Primo de Rivera, descartara la primera a favor de la segunda como fecha oficial de la “Fiesta del Libro Español”, en un Real Decreto de 1926.

   Finalmente, cuando en 1995 la UNESCO decidió crear un “Día internacional del Libro”, la Unión Internacional de Editores le propuso hacerlo coincidir con el “Día de los enamorados del Libro”, celebrado en Cataluña, con la fecha de la muerte de nuestros dos grandes autores, a la que se sumaron, más tarde, William Wordsworth, en 1850, y Josep Pla, en 1981, y con la fecha de nacimiento de Maurice Druon y del Premio Nobel Halldór Laxness. Desde entonces, se celebra el “Día internacional del Libro”, sin dragón a la vista pero con rosas entre las páginas o en la solapa, el 23 de abril, en más de 170 países.

   ¡Feliz Día de Lectura... con olor a rosa!

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