Dicen que cuando uno vive en una ciudad se acostumbra a la rutina de su urbe tanto que deja de mirar con los ojos de la curiosidad y se guarda la admiración en un cajón del sótano, de donde cuesta más sacarla. Solemos caminar deprisa, absortos en nuestras cosas con la mirada perdida al frente o, peor aún, mirando al suelo; lo que implica que nos perdamos algunas de las cosas que suceden a la altura del cielo. Por eso, puede que no os hayáis percatado de que en algunas calles y carreteras de Madrid los cables eléctricos se “adornan” con pares de zapatillas y zapatos colgados. ¿Los habéis visto? Si miras para arriba, seguro que tarde o temprano los veis.

   Existen muchas teorías sobre quién, cómo y por qué los cuelgan. De todos es sabido que las incógnitas y el anonimato siempre han sido unos de los mejores alimentos de leyendas y especulaciones. Y en este caso no iba a ser diferente. Basta con bucear un poco en Internet para que comience la fiesta de la teoría y el rumor.

   Uno de esos rumores, el más extendido en estos últimos años, dice que los zapatos se cuelgan con una intención artística. Hablan de que es una intervención urbana que se ha puesto de moda en las grandes ciudades de todo el mundo, desde Estados Unidos a México, Alemania o España. ¡Y hasta le ponen nombre! Shoefiti. Así es como lo llaman. Un híbrido que se forma al combinar “Shoe” (zapato, en inglés) con “Grafiti”; y que trata de decorar el tendido eléctrico con determinadas composiciones y colores como si fuese una expresión más de arte callejero.  

   De hecho, en Internet, hay verdaderos forofos de esta tendencia, blogs especializados que se dedican a fotografiar y catalogar las nuevas apariciones, foros de discusión y bastantes noticias que hablan del fenómeno zapatero.

   Pero mucho antes de que algún cazador y etiquetador de tendencias decidiese bautizar el lanzamiento de zapato al aire con este término tan “fashion” esta actividad ya existía.

   Leyendas más antiguas hablan de que estos zapatos marcaban, en ciudades como Buenos Aires, Los Ángeles o el DF, lugares de venta de droga. Los consumidores sabían que había un dispensario cerca cuando veían ondear las suelas de lo que antes había cubierto los pies de alguien. Durante los años 80 y 90 esa teoría también se escuchó por los barrios de Madrid. Pero hay más.

   Recuerdo que cuando era niña recorría varias veces a la semana la carretera de Extremadura –la carretera de aquella época nada tenía que ver con la que ha dejado el Sr. Gallardón después del soterramiento de la M-30 y de Madrid Río- camino de Alcorcón. Hablo de la época en que esa carretera, a la altura de Campamento, estaba llena de cuarteles del Ejército. Nada menos que 150.000 metros cuadrados de infraestructuras militares entre los que destacaban el Servicio Geográfico del Ejército, el Centro Veterinario, el almacén de intendencia del Ejército del Aire, los edificios de mando y sobre todo, los barracones. Muchos barracones llenos de soldados que, por aquel entonces, tenían que hacer el servicio militar obligatorio. La temida y pesada mili.

   ¿Por qué cuento todo esto? Porque, precisamente, contar los pares de zapatos y de botas colgadas de los cables de la luz, era mi entretenimiento favorito del viaje. 1, 2, 3, 4… 15. “¡Jo, ese cable está lleno! Este fin de semana hay muchos más zapatos colgados que el anterior”, le decía a mi padre mientras seguía buscando pares con la mirada. Así, los viajes se hacían más llevaderos. Al principio, sólo fue un juego hasta que la edad despertó mi curiosidad y se planteó la pregunta: “¿Quién los tira?

   La respuesta que me dieron me convenció totalmente, porque casaba con todo lo que llevaba años viendo. La razón de que esas altas botas negras, con aspecto de haber caminado mucho, y esas zapatillas de deporte descoloridas, con aspecto de haber corrido hasta desfallecer, ondeasen en la A-5 era, según mi padre –que siempre lo ha sabido todo- que representaban el final de servicio militar de muchos jóvenes. El hecho de lanzar las botas y las zapatillas al aire era la manera de celebrar que se habían licenciado del Ejército, que la mili había terminado y eran libres. Así de sencillo y así de real, lo que ahora llaman “shoefiti” en su día se llamó sin más “colgar las botas”.

                                          [De Noemí Z., el 12 de noviembre de 2013]

PD fotográfica: Shoefiti en Malasaña.

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