La Luna, el único satélite natural de la Tierra, regula las mareas, ritma nuestra vida cotidiana y siempre nos enseña la misma cara. Que sea nueva, creciente, llena o menguante, cada una de sus fases se asocia a un momento apropiado para sembrar, crecer, recolectar y labrar tanto la tierra como tu futuro. Pero ¿sabías que cada luna llena tiene nombre propio en función de las estaciones del año?

   Inventados por las tribus Algonquinas -los primeros pueblos nativos de Canadá, Estados Unidos y del Norte de México-, los nombres de las lunas llenas se utilizaban para designar el mes en curso como si de un Almanaque de los Agricultores se tratara. Cuando llegaron los colonos europeos, se conservó la tradición adaptando la denominación amerindia a las nuevas costumbres (impuestas).

   El Martes 02 de enero de 2018, la luna llena del Lobo alcanzará su ocaso de madrugada, a las 3h24. Se trata de la primera luna llena del año, según nuestro calendario gregoriano, en vigor oficialmente desde 1582, en los países católicos europeos y progresivamente en casi todo el mundo, al sustituir al calendario juliano (digno heredero del romano) que tenía 10 meses y 304 días en total y que comenzaba en Marzo. Pero, bueno, esto es otra Historia que os cantaremos otro día.

   Si, para las tribus Algonquinas, la figura del lobo caracterizaba únicamente el plenilunio de enero por el intenso frío y la espesa nieve invernal, que obligaba al animal a salir en manada y a aullar sin parar, acercándose peligrosamente a las aldeas, en busca de comida (¿y de carne fresca?); en cambio, para los europeos, el lobo siempre se ha asociado a la luna llena, en general, de enero a diciembre y vuelta a empezar. El Hombre Lobo, también llamado licántropo, que solo cobra vida cuando sale la luna llena y que solo la perderá si se le dispara una bala de plata, es fruto de una larga tradición o superstición tan antigua como la Humanidad misma que es imposible definir con exactitud su origen… pero su lugar de nacimiento, sí.

   Mientras que, en Latinoamérica, se cree en los hombres-tigres o jaguares y, en África, en los hombres hiena o leopardo; los europeos se decantaron por una realidad más cercana: los hombres lobos. Según el folklore establecido, la licantropía designa la habilidad o el poder que tiene un ser humano para transformarse en lobo y, por consiguiente, en ser capaz de correr a 4 patas cuando haga falta o caminar sobre 2 cuando se lo pida el cuerpo.

   Según la leyenda, es decir, según la mitología griega en este caso (como en muchos otros, la verdad), Licaón fue el primer hombre lobo de la Historia (escrita). Rey de Arcadia, Licaón era sabio y culto de día, al tratar mejor que bien a sus súbditos, y salvaje y cruel de noche, al sacrificar seres humanos en honor a Zeus -el “padre de los dioses y de los hombres” (que siempre anda metido en todos los tinglaos, aiiii). De no ofrecerle a Zeus a uno de sus hijos (bastardos) como plato fuerte durante una comilona entre amigos, Licaón no hubiera cambiado de condición genética... pero al enterarse Zeus de la broma de mal gusto, perdón, de la maniobra con sabor dudoso, le convirtió en... hombre lobo.

   Durante siglos, la leyenda de Licaón alimentó el imaginario colectivo dando rienda suelta a todo tipo de representaciones literarias y plásticas hasta el siglo XIX y, luego cinematográficas a partir del siguiente. Entre los hombres lobos más famosos y, de paso, más atractivos de la gran pantalla, se encuentran Larry Talbot, en 1941; Jack Nicholson, en 1994; Benicio del Toro, en 2010; y finalmente, Taylor Lautner, en 2011, en la saga Crepúsculo, en la que se enfrenta a su mejor enemigo, el enigmático vampiro encarnado por Robert Pattinson... ummm...

   ¡Feliz Luna llena del (Hombre-)Lobo! ¡Auuuu! Y hasta la próxima luna llena… de la Nieve... ¡también en enero!

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